13 Sep Edu-can-ción
Publicado: 13 de septiembre de 2015
Hice toda la escuela primaria durante la dictadura. La educación estaba en crisis. La primera gran crisis era que no se podía decir que estaba en crisis. Que el presupuesto que los militares le asignaban a la misma era paupérrimo era solo una parte de la cuestión; muchos de los mejores y más talentosos exponentes docentes de todos los niveles fueron destituidos, algunos desaparecidos y los libros decían lo que el régimen quería y debía decir. El de historia de sexto de escuela decía casi textualmente que Seregni era un traidor vendido al comunismo y Wilson Ferreira un subversivo, por señalar solo lo que más recuerdo.
Politólogo Ernesto Nieto
Cuando comencé el liceo llegó la democracia y la educación estaba casi en las mismas condiciones de crisis. Nos liberamos en parte de la herencia militar de las proscripciones, muchos docentes comenzaron a volver a dar clases, se pudo volver a hablar y decir que la educación estaba en crisis y el presupuesto seguía siendo una miseria. Nuestro liceo tenía salones literalmente en ruinas. No había materiales en los laboratorios, faltaban vidrios, los baños se inundaban y teníamos gimnasia al aire libre siempre. Eso sí, teníamos un gremio liceal, algunas veces se hicieron manifestaciones y logramos una victoria trascendental, la “championada” logró que el calzado que mejor se ajustaba a nuestras necesidades y preferencias fuera permitido para concurrir a clases.
Llegó el tiempo de la Universidad, y las cosas no fueron demasiado diferentes; la sistemática discusión del presupuesto trajo aparejada una huelga eterna. Para peor a esa altura pensábamos que como alguna vez había dicho Quijano “la Universidad es el país”, éramos por la condición de estar en ese nivel merecedores de más, mucho más. La educación estaba en crisis, el presupuesto seguía siendo más o menos el mismo como porcentaje del PBI, y además vivíamos en los infelices noventa. Modelos llamados neoliberales pregonaban que el mercado por sí solo asignaba mejor que nadie los recursos y establecía que si todos competíamos entre todos la sociedad tiende a mejorar.
En todos estos años en donde la educación estaba en crisis cambiaban los colores del ejecutivo de turno, los planes de estudio, las autoridades de todos los niveles de la enseñanza, y se ensayaron reformas de varios tipos, desde la forma de preparar a los futuros docentes hasta el sistema de alimentación en las escuelas públicas. Los niveles de confrontación tenían sus alzas y bajas. Algunas veces el gobierno “ganaba” y las huelgas terminaban sin grandes sobresaltos, otras veces los gremios tenían tímidas victorias en términos de mejorar en algo los salarios. Pero la educación estaba en crisis, permanente, consecuente, perseverante, pero en crisis.
Ahora, pasado el tiempo de la austeridad presupuestaria, y donde hay recursos que nunca hubo en mi existencia de estudiante matriculado, veo con mis hijos que la crisis es más resistente de lo que pensábamos. El presupuesto ha crecido, y bastante. Se plantea que debe llegar al 6% y desde el gobierno se dice que al final del período eso será posible. Sin embargo al ver los hechos de estos días tengo una certeza: aunque lleguemos al 6% la educación seguirá en crisis.
Nuestros números educativos como sociedad son altamente críticos, en el año 2013 en la escuela se dieron 174 días efectivos de clases. En el devastado Haití se dieron 175. En secundaria más del 40% de los inscriptos no la culmina y de ellos casi el 70% dijo que lo hizo por “desinterés”. Nuestras universidades, públicas y privadas, aparecen extremadamente lejos en todos los rankings de producción de investigación y conocimiento. ¿Es necesario seguir aportando números para decir que en todos los niveles nuestra educación sigue sin salir de la crisis?
Cuando veo que para mis hijos, al igual que lo fue para mí, lo más “aprendido”, recordado y disfrutado de la escuela y el liceo son los conocimientos y experiencias transmitidas solo por “algunas” maestras, y “algunos” profesores me siento con la certeza de que la discusión del cuánto presupuesto no nos sacará de la crisis. Nuestros niños y jóvenes necesitan maestros y profesores conformes con su vida económica y material, pero por sobre todas las cosas con vocación por enseñar, con ganas de estar allí con ellos todos esos días y horas, con voluntad de dar y recibir ese afecto que las relaciones humanas son capaces de lograr; con esa necesidad de construir esa clase tan particular de vínculos que solo se construye en un salón de clases; y también con voluntad de asumir el conflicto, el estrés de esa tarea y también el malhumor (y el agradecimiento) de los padres. Todo esto no hay presupuesto que lo mejore. Y los salarios, o el estado de los salones de clases, o las computadoras que funcionan o no, son solo una parte, pequeñita desde mi punto de vista, de esta cuestión.
En medio del decreto de esencialidad, de gremios radicalizados, de discursos que hablan de intolerancia, de otros que dicen que defienden “lo más sagrado, la esencia de la democracia”, de algunos que comparan esto con la época de Pacheco y de otros que absolutamente perdidos en la coyuntura intentan cualquier recurso para obtener alguna tímida ventaja política, en medio de todo esto la educación está y sigue en crisis. Casi como una canción que se repite, generación tras generación.